EL PROYECTO DE JESUS : SU MENSAJE

1.- EL MENSAJE DE JESÚS ACERCA DE DIOS

Los datos Crítica literaria Precedentes: Dios como Padre en el Antiguo Testamento ¿Qué significa llamar a Dios «Padre», como hace Jesús? ¿Quiénes son hijos de Dios?

2.- JESÚS ANUNCIA LA LLEGADA DEL REINADO DE DIOS

Los datos bíblicos El Reinado de Dios en la fe religiosa de Israel El mensaje de Jesús sobre el Reinado de Dios El Reinado de Dios en el judaísmo y en Jesús ¿continuidad o ruptura? El puesto de Jesús en el Reinado de Dios: ¿Rey, Profeta, Siervo?

1. EL MENSAJE DE JESÚS ACERCA DE DIOS

Como cabecera de este apartado, podemos establecer una afirmación rotunda: según Jesús,

Dios es Padre

Vamos a analizar ahora las caracteristicas que tiene en Jesús su costumbre de referirse a Dios o invocarle como Padre. Es aquí donde destaca la originalidad de Jesús cuando habla o se refiere a Dios.

Los datos

El uso religioso de la palabra Padre se contabiliza en el Nuevo Testamento nada menos que 245 veces. De ellas 170 pertenecen a los evangelios y están puestas en boca de Jesús para referirse a Dios: 4 veces en Marcos; 15 veces en Lucas; 42 veces en Maten y 109 en el evangelio de Juan.

Hay dos usos diferenciados de esta palabra:

referencias descriptivas, aquellas en las que Jesús se refiere a Dios como Padre, pero en tercera persona: el Padre, mi Padre, vuestro Padre;

• invocaciones directas, aquellas en las que Jesús se dirige a Dios en gunda persona verbal, llamándolo Padre, con frecuencia añadiendo el posesivo mío, en el ámbito de la oración.

Crítica literaria

Todos los textos del Nuevo Testamento que contienen el apelativo de Padre referido a Dios en labios de Jesús pueden ser estudiados como conjunto, aplicándoles los métodos habituales de interpretación bíblica, en primer lugar la crítica literaria.

• Cuando Jesús se refiere a Dios, tanto en referencias descriptivas como en invocaciones, siempre le llama Padre. Las pocas excepciones que se encuentran suelen ser obligadas por citarse textos del Antiguo Testamento (cf. Mc 12,26 y 15,34).

• El número de expresiones en las que Jesús se refiere o invoca a Dios como Padre, por su misma abundancia, está indicando que se trata de un recuerdo auténtico que nos lleva a la vida misma de Jesús en la tierra.

• Las estadísticas indican que se da entre los primeros cristianos una tendencia creciente a referirse a Dios como Padre siguiendo el ejemplo de Jesús. Esta tendencia se refleja en los Evangelios, que introducen cada vez más el apelativo de Padre en palabras de Jesús. Efectivamente, mientras Marcos (escrito entre los años 60 a 70) recoge solamente 4 veces, Juan (escrito al final del siglo primero) contabiliza ya la suma de 109 veces.

• Merece subrayarse el hecho de que, en los evangelios, nunca aparezca la fórmula nuestro Padre en labios de Jesús. Sólo encontramos expresiones desdobladas tales como: mi Padre y vuestro Padre.

Son varias las consecuencias que pueden deducirse de estos puntos y tendrán que ser tomadas en consideración cuando tratemos de desentrañar el misterio que ofrece la persona de Jesús.

Precedentes: Dios como Padre en el Antiguo Testamento

Un análisis somero del contexto histórico y socio-religioso en el que Jesús desarrolló su actividad nos ayudará a comprender mejor el valor de estas referencias a Dios, como Padre, en labios de Jesús.

En la religión judía encontramos también la idea de la paternidad de Dios. Se fundaba en dos motivos:

• en la intervención histórica de Dios en favor de su pueblo como fue la liberación de la esclavitud de Egipto. Yahvé es «padre» de Israel, porque lo liberó y le hizo ser un pueblo. Esta paternidad divina no se basa en un mito, sino que se construye como acontecimiento histórico;

• en el acto mismo de la creación. Dios, que crea al hombre y le comunica la vida, puede ser visto como Padre del hombre. Una paternidad que no puede ser interpretada como acto de generación a semejanza de cuanto conocemos en las mitologías del Oriente Próximo o Egipto, de Grecia o Roma, donde parejas divinas primordiales engendraban dioses u hombres. El monoteísmo hebreo y la trascendencia divina afirmada con fuerza en la religión judía hacen impensable ese tipo de paternidad, en la que el hombre poseería identidad de naturaleza con Dios.

¿Qué significa llamar a Dios «Padre», como hace Jesús?

Los discípulos de Jesús han transmitido la palabra-clave del mensaje religioso de Jesús. Esta palabra es Abbátia palabra aramea con ia que un niño se dirige a su progenitor. El mensaje central de Jesús acerca de Dios, cuando usa este término, es éste: Dios, la Realidad última, el Misterio del ser, es Padre. Son muchas

las consecuencias que se desprenden de este simple enunciado:

Dios es único. Frente a cualquier tipo de politeísmo, Jesús se mantiene en el más estricto monoteísmo de la tradición judía. Para Él Dios es siempre un singular, uno y único, sin otros dioses que se le puedan equiparar.

Dios es personal. Para Jesús Dios no es una «potencia» ciega e irracional. El Dios de Jesús es «alguien» que establece con el hombre relaciones interpersonales cercanas y directas, como sugiere la imagen de un padre con sentimientos humanos, que ama~ ordenas corrige, escucha, premia, perdona, cuida del hombre con solicitud, etc.

Dios es bueno. Frente a toda religión del temor ante un Dios tremendo y déspota con el cual haya que negociar cuidadosamente nuestra salvación, el Dios de Jesucristo se muestra como Padre en su misericordia (Lc 6, 36), en su bondad (Mt 5,45), en su amor perdonador (Mc 11,25), en su providencia solícita (Mt 6,8.32), en su generosidad (7,11). El mismo Jesús sigue reconociendo Padre a Dios en los peores momentos de su vida, los de su pasión y muerte (Lc 22,42; 23,46).

En conclusión, Dios, por ser Padre, está fundamentalmente a favor del hombre en cualquier circunstancia, próspera o adversa.

Sólo Dios es Padre. Es frente al Judaísmo donde la revelación de Jesús sobre la paternidad divina se muestra más original y novedosa. Igual que en el Antiguo Testamento, también en el judaísmo palestinense de la época precristiana era raro el calificativo de Padre referido a Dios. Más aún, en los medios judíos se prohibía llamar a Dios Padre por parecer una falta de respeto. Jesús, por el contrario, invierte esa norma y prohibe llamar a nadie padre en la tierra, pensando sin duda que la verdadera paternidad sólo se da plenamente en Dios; cualquiera otra paternidad humana es solamente un leve trasunto de la divina, por lo que apenas merece tal nombre (Mt 23,9).

¿Quiénes son los hijos de Dios-Padre?

Jesús es hijo de Dios de manera única. El dato significativo de que Jesús nunca utilice la fórmula «nuestro Padre», sino que la desdoble en dos, «mi Padre» y «vuestro Padre», muestra que no se incluye a sí mismo en esa filiación divina colectiva y que su relación con Dios tiene rasgos absolutamente personales y únicos.

Por eso le acusaron los judíos de blasfemo y quisieron matarle, porque, al mismo tiempo que violaba eZ sábado, llamaba a Dios padre suyo (Jn 5,18). Su blasfemia consiste en la pretensión que tiene Jesús de estar en una posición tan incomparable de hijo de Dios y de poseer tal conocimiento de su paternidad, que eso le autoriza a emprender en favor del hombre una acción liberadora de toda mediación sagrada que desfigure esa imagen divina.

Son hijos de Dios los que siguen a Jesús. Jesús hace extensiva a otros su propia filiación divina, recomendándoles que llamen a Dios «Padre», como él hacía: «Cuando oréis, decid: Padre (Abbá) venga tu Reino» (Lc 11, 1-4). La oración del «Padre nuestro» queda así como distintivo de los seguidores de Jesús.

Pero lo más llamativo es que Jesús descalifica los requisitos que imponía el judaísmo para acceder a la filiación divina: la pertenencia al pueblo de la Alianza y la observancia de la Ley judía. Para gozar de la paternidad de Dios, Jesús impone otras condiciones: formar parte del grupo de sus discípulos por la aceptación del reino de Dios (Lc 12, 32), es decir, conversión y adhesión a Jesús, puesto que «Dios puede sacar hijos de Abraham hasta de las piedras» (Mt 3,9).

Este es el rasgo más novedoso que implica el título de «Padre» dado por Jesús a Dios: que lo hace en el contexto de una crítica constante contra los imperativos de la religión sinagogal y de un ataque provocativo a sus instituciones más sagradas, fundadas aparentemente por ese mismo Dios a quien Él llamaba «su Padre».

Asi pues, la vía de acceso a la filiación divina para los hombres es la revelación de Jesús y la comunión con Él como hijo de Dios. Sólo a partir de la experiencia filial de Jesús puede el cristiano vivir su propia experiencia de la paternidad de Dios. En una palabra, el titulo que da derecho a la filiación divina ya no es la pertenencia oficial a una institución religiosa como la del judaismo, tampoco la observancia de la ley, sino solamente la adhesión a Jesucristo.

Realizar el designio de Dios, tarea de los seguidores de Jesús. La obediencia de Jesús al designio de Dios quedó en la memoria de sus discípulos como signo revelador de la paternidad divina. Para Jesús, et amor filial al Padre es faiso si no se traduce en un cumplimiento escrupuloso de este designio divino, incluso cuando éste se presente bajo la forma del martirio.

«Padre mio, .. no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»

(Mt 26a39)

En Jesús, pues paternidad de Dios y obediencia efectiva a la voluntad divina son inseparables; y la unión de ambas cosas es moralmente vinculaste para el creyente cristiano que, a la luz de la vida de Jesús, saca estas

• Conclusiones

Quien reconoce a Dios como Padre, debe a su designio una obediencia incondicional. La lógica es ésta: si somos hijos de Dios, somos hermanos unos de otros.

La filiación divina no es sólo un don, es también una tarea responsable que atraviesa estas fases:

primera: la personal filiación divina de Jesús, que es matriz y ejemplo; la solidaridad de Jesús con los hombres hasta la muerte tiene un fundamento estrictamente «religioso», es decir, no se basa en ninguna ideología política ni en ningún ideal romántico de filantropía, sino exclusivamente de su conciencia de la paternidad de Dios;

segunda: la filiación divina que existe de hecho con carácter colectivo entre sus discípulos, participada de la de Jesús;

tercera: la filiación divina a la que están llamados de derecho todos los hombres en una fraternidad universal.

Ahora bien, ¿como se promociona esa fraternidad humana? Por medio de una acción liberadora de todas las opresiones que esclavizan al hombre. Y ese compromiso liberador es el espacio propio donde se realiza y se revela en la historia la paternidad de Dios sobre el hombre.

2.- JESÚS ANUNCIA LA LLEGADA DEL REINADO DE DIOS

Los datos bíblicos

La expresión reino o Reinado de Dios o su equivalente Reino de los Cielos aparece 107 veces en los Evangelios. En todo el Nuevo Testamento se encuentra 1 63 veces.

Como botón de muestra ofrecemos cuatro ejemplos, uno por cada evangelista:

• Mc 1,15: Jesús... decía... ya llega el Reino de Dios.

• Mt 5~20: Si vuestra fidelidad no sobrepasa la de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios.

• Lc 14,15: Uno de los comensales dijo a Jesús: ¡Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios!

• Jn 3,3: Si uno/nace de nuevo, no podrá gozar del Reinado de Dios.

A la vista de las referencias evangélicas sobre el tema del reino de Dios, podemos llegar a las siguientes conclusiones:

El objeto primordial del mensaje de Jesús fue su anuncio del Reinado de Dios.

Es decir, el proyecto de Jesús estaba centrado en el Reinado de Dios. Jesús vivió, actuó y murió por eso. Es lógico que nos propongamos como objetivos de nuestro estudio el aclarar qué es el Reinado de Dios anunciado por Jesús, el momento de su llegada y las exigencias éticas que comporta el ser seguidor del Reino.

Presupuestos.

El Reinado de Dios en la fe religiosa de Israel

Para calar en el significado de la expresión Reinado de Dios, hay que volver los ojos a la religión de Israel. No olvides que Jesús fue judío y vivió dentro de esa religión.

El pueblo de Israel se concebía a sí mismo como un reino, el Reino de Dios. Subrayamos las siguientes características del Reino de Dios tal como eran comprendidas y vividas por este pueblo:

• era un Reino temporal, terreno, que se instaura en este mundo como todos los imperios, con instituciones políticas, económicas, militares y sociales;

era un Reino nacional, es decir, identificado con una nación concreta, Israel, que Dios ha hecho suya en virtud de la liberación, de la alianza y de la donación de la tierra de Palestina;

• era un Reino sagrado, es decir, teocrático, tanto en su origen (la elección divina), como en sus instituciones, con un destino histórico: el de defender el monoteísmo yahvista y establecer en el mundo los valores de la paz y de la justicia;

• era un Reino ideal, es decir, un Reino que asumía todas las esperanzas del pueblo; no significa esto que el Reino de Dios no contase en Israel con estructuras sociales visibles, sino que su realización en la historia estaba siempre tan distante de su imagen ideal, que forzosamente tuvo que aplazarse su realización plena para mejores tiempos futuros.

A la vista de todo esto podemos comprender el drama de la religiosidad judía acosada por factores contradictorios:

• por una parte, el convencimiento de formar el Reino de Dios en la tierra, es decir, un estado teocrático cuyas instituciones socio-políticas eran al mismo tiempo religiosas y, en consecuencia, inviolables por venir de Dios mismo. Añádanse a esto las promesas divinas, consideradas infrustrables, sobre la eternidad del trono de David (2 Sam 7,16);

• por otra parte, la larga y amarga experiencia histórica de infidelidades propias y la tiranía impuesta despóticamente por las potencias extranjeras, que acabaron por destronar a la monarquía israelita. ¿Puede la historia apagar la esperanza en el alma judía? La esperanza israelita es de tal vitalidad que no se deja aplastar por los fracasos, y el fecundo pensamiento religioso de Israel encuentra diversas soluciones. I8li Yahvé puede dejar de ser Rey, ni Israel puede dejar de ser su Reino en la tierra.

El mensaje de Jesús sobre el Reinado de Dios

Pasamos ahora a estudiar lo que Jesús quiso decir cuando habió del reinado de Dios y cuando anunció su llegada. Como el tema es de mucho interés y como la comprensión de su significado se presta a interpretaciones divergentes, vas a realizar la siguiente actividad para comprobar tu grado de conocimiento de este tema:

Para conocer lo que Jesús queria decir cuando hablaba del Reinado de Dios, hay que el volver los ojos a los evangelios donde se encuentra cuanto existe acerca de las enseñanzas de Jesús. Nos fijaremos, en primer lugar, en un fragmento sintético del evangelio de Marcos. El texto es el siguiente:

"Cuando detuvieron a Juan (el Bautista), Jesús sefue a pregonar de parte de Dios la buena noticia (evangelio). Decia: 'Se ha cumplido el plazo, ya llega el Reinado de Dios, Enmendaos y creed la buena noticia". (Mc 1, 14-15) s

De este texto sacamos las siguientes afirmaciones:

Primera afirmación: Jesús pregona, de parte de Dios, la buena noticia.

«Buena noticia» es la expresión que traduce bien el término original «evangelio» y que encierra varias ideas:

• se refiere a un acontecimiento venturoso, particularmente a una victoria;

• protagonizado por Dios que interviene en la historia como salvador en favor de sus elegidos oprimidos, es decir, con un interés social y colectivo;

• yPor tanto, es un anuncio portador de una alegría que levanta el ánimo, {abriendo un futuro inesperado.

Segunda afirmación: «Se ha cumplido el plazo. Ya llega el Reinado de Dios.»

Estas afirmaciones plantean dos cuestiones: qué es el Reinado predicado por Jesús, y cuál es el momento de su llegada.

¿Qué es el Reinado de Dios?

En el mensaje de Jesús el Reino tiene un sentido activo y dinámico. No indica un territorio fuera o por encima de este mundo, donde Dios reinaría, sino un acontecimiento por el que Dios comienza a reinar en la historia, una acción por la que Dios manifiesta su divinidad enseñoreándose amorosamente del mundo. Y este sentido está mejor recogido en la palabra «reinado».

Por su propia condición divina Dios está en posesión del señorío y de la realeza absoluta. Pero la gestión humana de la historia como promotora de la soberanía de Dios sobre el mundo ha fracasado rotundamente, y ante ese fracaso Dios ha decidido ya obrar por su cuenta para hacer efectivo su dominio en el mundo.

El Reinado de Dios es, pues, el propio poder divino actuando victoriosamente en nuestra historia en favor del hombre.

Pero además, ese Reino es «de Dios»: se expresa así su origen transcendente y divino. El Reino que Jesús anuncia no es el «Reino de Israel», aunque este malentendido se mantuviera en la mente de sus mismos discípulos hasta última hora (Lc 24,21; Act 1,6). Por ser «de Dios», ese Reino no puede ser monopolio exclusivo de ninguna raza, lengua, nación o institución humana. No es «mi» reino, ni el «tuyo» ni el «nuestro»; es el Reino «de Dios», primero porque procede de la libre iniciativa divina, y segundo, porque está orientado a salvaguardar en el mundo los derechos soberanos de Dios. Lo que importa a Jesús es la causa de Dios; la causa del hombre consistirá en secundar los designios de Dios (Jn 4,34; 5,30; 6,38; 14,31).

¿Cuál es el momento de su llegada?

Esta pregunta por el «cuándo» del Reino se justifica, puesto que en los evangelios encontramos frases de Jesús que se refieren tanto a un Reino «ya» presente, como a una Reino «todavía» futuro.

En muchas parábolas Jesús presenta el Reinado de Dios debatiéndose en una suave tensión entre el presente y el futuro. ( Mc 4, 26-29; Mt 13, 47-50).

A la luz de estas parábolas las primeras comunidades cristianas entendieron que la salvación que trae el Reinado de Dios ya nos ha dado alcance en la persona de Jesucristo, en sus palabras y en sus obras, pero que sólo adquirirá la plenitud de sus efectos en la meta última de la historia, cuando tenga lugar la Parusía o segunda vuelta gloriosa del Señor. Entre estos dos momentos cristológicos el Reinado de Dios entra en una fase de laborioso desarrollo histórico, que suele expresarse con la fórmula «ya sí, pero todavía no»: el Reinado de Dios ya ha irrumpido en la historia, pero todavía no ha alcanzado su plenitud final. La historia se convierte así para el creyente cristiano en un espacio obligado de:

* esperanza, porque esa ambiguedad actual del Reino en la historia nos remite a otra intervención definitiva de Dios para poner fin al mundo, distinguiendo los justos de los malvados (Mt 13, 40-43.49s; 25, 31-46), sometiendo a todos sus enemigos, incluso la misma muerte, bajo los pies de Cristo (1 Cor 15,24-28);

* crítica, porque todas las realizaciones históricas del Reino de Dios en personas, situaciones, estructuras o instituciones siempre serán insuficientes, es decir, parciales y provisionales, en comparación con su plenitud final. Y de esta insuficiencia se deduce para el cristiano el derecho y el deber de establecer sobre ellas una permanente crítica o discernimiento que le lleve a aprobarlas en la medida que se adecúen a los ideales del Reino, o a denunciarlas si los contradicen;

* compromiso activo, porque el hombre, como responsable de la historia, ha sido asociado por Cristo a Dios en la tarea de construcción de su Reino, cuya llegada es el fundamento de una ética específicamente cristiana. Lo veremos enseguida.

Tercera afirmación: ((Enmendaos» (exigencias morales del Reino).

Efectivamente la decisión tomada por Dios de establecer su señorío sobre el hombre, exige de éste una respuesta adecuada en el orden moral. La motivación última de la moral cristiana no es, pues, el logro de un ideal de superhombre, ni la observancia de la Ley, ni la fidelidad romántica a un pasado gloriosos sino la coyuntura histórica que se está viviendo en el presente, gracias a la irrupción del Reinado de Dios en el mundo. Y en este motivo se funda la necesidad de cambiar que impone Jesús.

Con diversas palabras se puede expresar este cambio: el griego «metánoia» significa cambio de mentalidad, de escala de valores, de criterios para juzgar de las cosas; «conversión» quiere decir cambio de dirección en la vida, de proyecto existencial, de retorno a Dios; «penitencia» sugiere más bien la idea de reprobación de un pasado pecaminoso para abrirse por la acción de Dios a un futuro distinto; «enmienda» se refiere al cambio práctico de comportamiento. De una forma u otra, ese cambio exigido por el Reino de Dios abarca varios aspectos:

urgencia: no hay tiempo que perder, cualquier dilación tendría consecuencias fatales para el interesado (lee Lc 13,3.5 y la parábola de la gran cena, enLc14,15-24).

generosidad en la renuncia a todos los bienes y en la ruptura de los lazos familiares más sagrados (lee Mt 13,44-46; Lc 9,59-62).

radicalidad, puesto que la conversión afecta profundamente al hombre en su totalidad: a su mente (ideas y criterios), a su corazón (valores y afentos) y a su conducta (acciones y obras) (lee Mt 6,21; 7,21).

En la predicación del Reino de Dios Jesús se muestra con una pretensión de autoridad verdaderamente sobrehumana; porque lo más llamativo de su llamada a la conversión es que Jesús se considera a sí mismo la encarnación ideal de los valores del Reino. Por éso la exhortación a la penitencia se convierte automáticamente en una llamada al seguimiento de Jesús (lee Mt 10,37-39; 16,24.28; 20,20-23).

Cuarta afirmación: "Creed en la buena noticia"

Junto con la conversión, la fe forma parte de la respuesta humana al Evangelio. El texto coloca la fe después de la conversión, pero en realidad la conversión sólo nace de la fe. Porque uno cree, por eso se decide a cambiar; o mejor, por eso se deja cambiar por Dios.

Y «creer)> incluye aquí dos ideas:

• La idea de verdad y certeza; creer es tener por cierto, aceptar como verdadero el mensaje de la buena noticia: que Dios ya ha comenzado a reinar;

• Ia idea de solidez, seguridad y confianza: creer consiste en estar seguro y confiado en la palabra dada por Dios, hacerse fuerte al sentirse alcanzado por el amor de Dios qlje ya impone su soberanía en este mundo.

El Reinado de Dios en el judaísmo y en Jesús, ¿continuidad o ruptura?

Después de haber expuesto en sendos apartados las dos concepciones del reino de Dios en el judaísmo por una parte, y en Jesucristo, por otra, estamos en condiciones de sacar algunas conclusiones importantes de su comparación mutua. Entre la concepción judía del Reino de Dios y la de Jesús ¿se da continuidad o ruptura? Sin duda, ambas cosas.

• Se da continuidad porque Jesús está situado dentro de la tradición religiosa del judaísmo. Sus palabras y sus obras están orientadas hacia este objetivo: demostrar que la Ley y los Profetas encuentran su cumplimiento en la coyuntura histórica que le tocó vivir (Mt 5, 17-19; Lc 4,21). Jesús mismo declara que las Escrituras antiguas hablan de él (Lc 18,31; 24,44; Jn 5,39; 8,56). Y los primeros cristianos confesaban su fe en Jesús como un nuevo MoisEs, un nuevo Elías, un nlJevo Salomón, un nuevo JonEs, etc. (Mt 17,3; 12,41s).

• Pero también se da ruptura. He aqui las diferencias:

* Frente a un Reino nacionalista monopolizado por Israel, Jesús universaliza el Reino de Dios, ofreciendo su salvación a todos los excluidos de la asamblea judía: leprosos, extranjeros, mujeres, etc. (Mt 8). Los criterios de pertenencia al Reino ya no son los privilegios de clase, sino el seguimiento de Jesús y la misericordia con los necesitados (Mt 8,11s; 25,34-40).

* Frente a un Reino triuntalista o materialista, dotado de fuertes medios de poder terreno, Jesús «espiritualiza» el Reino de Dios.

Esto significa que sus medios de implantación no son los poderes de este mundo: ni el dinero (Mt 19,23s), ni la violencia (lbit 26, 51-54), ni la espectacularidad propagandística, sino el ocultamiento (Mt 13, 31.44; Lc 17,20s) y la tribulación (Act 14,21). Asimismo significa que los destinatarios del Reino no son los poderosos de este mundo, sino los pobres (Mt 5,3), los pequeños (18o4; 19,14) y los pecadores (24,31).

* Frente a un Reino puramente espiritual centrado exclusivamente en el cumplimiento de las leyes rituales o en el culto del templo, Jesús espiritualiza» el Reinado de Dios. Pero ¿en qub sentido? Es cierto que la liberación del pecado pertenece al eje de la predicacibn de Jesús sobre el Reino.

Pero no podemos interpretar ese pecado de manera reduccionista, amputando la dimensión social del llamado «pecado estructural».

Así lo dice expresamente el anuncio-programa del ministerio de Jesús a los enviados por Juan: la salvación que trae el Reinado de Dios se traduce en esperanza para los pobres, en libertad para los presos, en vista para los ciegos, etc. (Mt 11,5).

* Frente a un Reino solamente ultraterreno esperado para después de la muerte o al final de la historia, Jesús historiza el Reinado de Dios. Es decir, reconoce por una parte que la salvación plena que trae la soberanía divina sólo se producirá al final de la historia como una situación provocada por Dios de manera irreversible; pero, por otra parte, exige tambien que los hombres se comprometan responsablemente en la promoción efectiva del Reinado de Dios en la historia a todos los niveles, individual y social.

El puesto de Jesús en el Reinado de Dios: ¿Rey, Profeta, Siervo?

¿Qué puesto pretendió Jesús ocupar en el Reino de Dios que anunciaba? En el ambiente religioso y político que a Jesús le tocó vivir,l44reivindicación de un título real se prestaba a multitud de equívocos tanto para los judíos como para los romanos, la potencia ocupante de Palestina en aquel entonces. Los judíos tenían expectativas demasiado nacionalistas sobre el Reino de Dios. Los romanos no hubieran consentido la usurpacidn de un título real en su colonia judía frente a las únicas autoridades legítimamente» representativas: el goberriador Pilato y el rey Herodes.

De acuerdo con este ambiente, una lectura atenta de los evangelios nos permite asegurar que: Jesús rechazó con energía cualquier atribución de la realeza temporal a su persona.

Jesús rechaza la tentación diabólica de dominar sobre todos los reinos de la tierra diciendo que eso es idolatría (Mt 4,8-10); a Pedro le identifica con Satanás y le impone silencio cuando le atribuye un mesianismo real de carácter poderoso y triunfalista (Mc 8,29-33); se escapa de las muchedumbres cuando quieren hacerle rey a la fuerza (Jn 6,15); ante Pilato rechaza la acusación de haber usurpado el título real, aclarando que su único papel en el Reino de Dios es el de dar testimonio de la verdad (Jn 18, 33-37), y a los hijos de Zebedeo les convence de que el ejercicio de su autoridad en el Reino de Dios jamás consistirá en eI reparto de prebendas a los suyos ni en el tráfico de influencias (Mt 20,20-23)~

En una palabra, la pretensión de Jesús acerca de su función en el reino de Dios no fue política, sino religiosa; más en concreto

Jesús entendió su misión histórica como profeta y como siervo del Reinado de Dios.

Profeta

Aunque Jesús nunca se designase a sí mismo como profeta, no cabe duda que los demás le consideraron como tal. Si lees los siguientes textos evangélicos te convencerás de ello: Mc 6,15; 8,27s; Lc 7,39; 24,19; Mt 21,11.46. Efectivamente a Jesús le cuadran las notas distintivas del profetismo clásico:

- tener una aguda conciencia de estar enviado por Dios a la tierra (compara Is 6,8s y Jer 1,7 con Mc 9,37; Lc 10,16; Jn 8,42; 11,42);

-hablar a los hombres en nombre de Dios (compara Jer 33,1.2.4.10.12 con Jn 7,1 6s; 8,26.28);

anunciar la llegada del Reinado de Dios, que es el horizonte al que apunta toda profecía;

- estar en posesión del Espíritu de Dios, que actúa sobre Él (compara Is 61,1 con Mc 1,10; 3,29s; Mt 11,4s);

obrar signos y prodigios como credenciales de su embajada (véase la respuesta de Jesús a los enviados por el Bautista (Mt 11,4-6) que da cumplimiento a las citas de Is 61,1 y 35,5s);

llamar con urgencia a la conversión, función común a los profetas y a Jesús (compara bic 1,15 con Is 31,6; Jer 35,15; Ex 14,6);

denunciar el culto formalista sin compromiso por la misericordia y por la justicia (compara Is 1,10-20; Jer 7,1-28; Os 6,6 con Mt 9,13; 12,7);

finalmente, acabar su vida en el rechazo y el martirio. Jesús mismo identifica su destino con el de los profetas; también ellos fueron muertos a causa de su testimonio (lee Mt 23,37; Mc 6,4; Lc 13,33).

Siervo

El Reino de Dios encuentra en el banquete festivo y abundante una imagen preferida por la Biblia (compara 1s 25,6 con Mt 8,11; Lc 13,29; 14,15; Slt 22,2). Pero un banquete siempre necesita criados y camareros que lo sirvan, oficio antes propio de esclavos. Pues bien, Jesús entendió su misión terrena como un servicio constante al banquete del Reino de Dios, del que él fue un rendido servidor. Así lo practicó en la última cena, según San Juan. Jesús no sólo exhorta a sus discípulos al servicio (Mc 9,35; Mt 20,26-28), sino que lo hace sobre la base de su propio ejemplo: «Yo no he venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,44s); «Yo estoy entre vosotros como quien sirve» (Lc 22,27).

Además este servicio de Jesús aparece vinculado a su propia entrega a la pasión y a la muerte violenta (Mt 23,11 s; Mc 10,43-45). Es, por tanto, un servicio paciente que reporta dolor y sufrimiento. Y esta asociación del dolor al servicio han permitido identificar la misión de Jesús con la del Siervo paciente de Is 50,4-10; 52,1 3-53,1 2.

En una palabra, Jesús no entendió su autoridad en el Reino de Dios que proclamaba bajo la forma de dominio propia del rey, sino bajo la forma del servicio humillante y doloroso propia del esclavo. De hecho así lo demostró en numerosos gestos, que van desde la atención a los enfermos y a los desvalidos hasta las comidas con los pecadores (~t 9M1 1) y el lavatorio de los pies a los discípulos en la última cena (Jn 13,1-16).

Así pues, en la mente de Jesús no se da la paternidad de Dios (el Abbá) sin su Reinado, ni su Reinado sin su paternidad.

¿Qué significa ésto? Que Abbá y Reino constituyen para Jesús no sólo dos términos inseparables de su experiencia religiosa, sino además mutuamente implicados; que la sensibilidad religiosa de Jesús está «crucificada» por dos coordenadas complementarias: la vertical hacia Dios como Padre y la horizontal hacia la promoción del Reinado social de Dios; que Dios no se revela como Padre sino en la instauración de un Reino de libertad del pecado individual y social, y, viceversa, ese Reino no tiene otra justificación o motivo último que el religioso, la paternidad de Dios.

 

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