< . El Reino de Dios: N.T. El Significado de 'Mesías' Al hablar del Mesias, hablamos tambien del Reino de Dios, ya que son dos palabras íntimamente unidas en la Biblia.¿qué significa Reino de Dios y Mesias?
Es la palabra hebrea Maschiaj ('Mesías') equivale a Kjristós ('Cristo') en el
idioma griego, y a su vez, Cristo quiere decir: "El ungido de Dios"
en nuestro idioma español. En el Antiguo Testamento los reyes judíos de
Israel eran previamente "ungidos" por los sumos sacerdotes parar ser
nombrados para ese cargo. Ese ungimiento consistía en que el sumo sacerdote
vertía aceite sobre la cabeza del escogido que se convertiría en rey. Por
ejemplo: Saúl, David, Salomón, etc ( 1 Samuel 10:1; 16:13; 1 Reyes 1:33-35). En
otras palabras, Saúl, David, Salomón, y sus sucesores se convirtieron en CRISTOS
para poder reinar sobre el pueblo Hebreo. Saúl era un Cristo ("ungido")
, David era un Cristo ("ungido"), Salomón era un Cristo
("ungido"), y sus sucesores. Todos estos reyes reinaron desde la capital JERUSALÉN
(1 Reyes 2:11; 11:42). El Reino de Dios El Reino de Dios
Dios comenzó cuando el pueblo hebreo pidió a Dios tener un rey como las demás
naciones. En un comienzo el pueblo hebreo estuvo gobernado por los llamados "Jueces
de Israel", los cuales hacían el papel de jueces y gobernantes. Así, por
ejemplo, Samuel, Gedeón, Barak, y Sansón fueron cuatro de varios jueces que
tuvo Israel. Con Saúl empieza la
dinastía real judía. Pero éste, al no llegar a ser un rey fiel a Dios, es
reemplazado por el joven David. Con David Dios hace un pacto muy interesante,
el cual veremos en detalle más adelante, pues éste nos dará mucha luz sobre el
futuro del mundo entero. Lo importante por ahora es señalar que Dios llama a la
dinastía davídica como: "su reino". Es decir, el reino de Dios
estuvo representado por los reyes que se iniciaron con David, Salomón, etc. En
1 Crónicas 28:5 veremos que David llama a su dinastía como "el reino de
Jehová": "Y de entre todos mis hijos (porque Jehová me ha dado muchos
hijos), eligió a mi hijo Salomón para que se siente en el trono del reino de
Jehová sobre Israel". También en 1 Crónicas 29:23 se nos dice de
Salomón: "Y se sentó Salomón por rey en el trono de Jehová en
lugar de David su padre...". Esto es muy importante, pues el reino de
Dios no es una nueva doctrina introducida por Jesús en su ministerio, sino que
era un asunto bien conocido aún por el pueblo hebreo de los tiempos de David. De
modo que cuando Jesús habla del reino de Dios, sus oyentes sabían perfectamente
a qué se refería Jesús con esa frase. Pero lo que hace Jesús es enseñarles a
sus paisanos sobre la manera cómo ellos podían participar en ese reino que se
reanudará con su segunda venida a la tierra prometida. Pero este punto es para
otro acápite. La Promesa de Dios a David Dios le hizo un pacto a David el cual es crucial para entender en
verdad quién era Jesús según la carne. En primer término, Dios le dijo a David
lo siguiente: "Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus
padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus
entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le
seré a él padre, y él me será a mi hijo...y será afirmada tu casa y tu reino
para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente" (2
Samuel 7:12-16). En esta promesa de Dios a David se
enfatizan cinco puntos importantes: la simiente de David, la simiente del
reino, la casa de la simiente, el trono de la simiente, y la relación
padre-hijo entre la simiente de David y el Dios Todopoderoso. Es decir, Dios le
prometió a David una descendencia real, y un hijo singular que establecería
su reino para siempre en la tierra prometida. Además, notemos que Dios tiene
dos tronos: El trono desde donde Él gobierna, el cual está en el cielo, y el
trono en la tierra. Salomón se sentó en el trono terrenal de Dios. Este es el
trono que también se le prometió a Jesucristo. En Jeremías 33:20,
21 leemos: "Así ha dicho Yahvé: Si Pudiereis Invalidar mi pacto con el
día y mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su
tiempo, podrá también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje
de tener hijo que reine sobre su trono...". Esto significa que si Dios
no cumpliera con su pacto con David, dejaría antes de haber noche y día en
nuestra tierra. Su promesa es tan firme y segura con el anochecer y el amanecer
en nuestro planeta. Ahora bien, hoy no
hay un trono terrestre de Yahvé en Jerusalén. Dios descontinuó la línea real
'judío-davídica' por un tiempo debido a que los descendientes de
David fueron impíos. Esto está registrado en Ezequiel 21:25-27: "Y tú,
profano e impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la
consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita
la corona; esto o será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto, A
ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto o será más, hasta que venga aquel
cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré". Aquí Ezequiel habla del
impío rey judío Sedequías, quien fuera destronado por el rey Nabuconodosor de
Babilonia en 586 AC. Con Sedequías terminó transitoriamente
la dinastía davídica sobre Israel, y se puede afirmar que por espacio de más de
2,500 años no ha existido un reino de Dios en Jerusalén. No obstante, Ezequiel
asegura que esta interrupción temporal se levantará y se establecerá el reino
de Dios en la persona de otro descendiente real Judío y de la casa de David. Se ha querido espiritualizar el pacto de
Dios con David creando confusión y disensión entre los creyentes. Y es que la
mayoría de cristianos tiene un fobia a todo aquello que tiene que ver con los
judíos. Hay definitivamente un antisemitismo dentro del mundo católico y
aún entre los protestantes. Los prejuicios contra el pueblo hebreo bloquean el
sano entendimiento y la justa interpretación de las Santas Escrituras. Incluso
hay iglesias cristianas que sostienen que el Antiguo Testamento ha quedado
obsoleto, y por tanto, la iglesia no debiera prestarle mucha atención. ¡Qué
tragedia! Pasar por alto el Antiguo Testamento es obscurecer el entendimiento
cabal del Nuevo Testamento. Jesús Anuncia el Reino de Dios Cuando Jesús apareció hace dos milenios en
el mundo, vino para anunciar las "buenas noticias" del reino de Dios.
En Lucas 4:43 él dijo claramente: "Es necesario que también a otras
ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios porque para esto he sido
enviado". Sí mi amigo, muchos cristianos no saben para qué Dios
envió a Jesús al mundo---¡Y esta es otra tragedia! Usted puede preguntarle a
cualquier hombre que se precie de ser cristiano, ¿para qué Cristo vino al
mundo?, y de seguro que no sabrá responderle como Cristo lo reveló en Lucas
4:43. La mayoría le dirá que Cristo vino a "salvarnos", lo cual
es sólo media verdad. La verdad total es que él vino a anunciar
el Reino de Dios como el evangelio o buenas noticias de Dios para
el mundo sufrido. Y este Reino de Dios (el evangelio verdadero) se traducirá en
la salvación de todos aquellos que lo creen o aceptan por fe (Romanos 1:16). Sí, Jesús vino decirnos que el reino se había acercado, aunque aún faltaría un
tiempo para que arribara totalmente (Mateo 10:7). Sin embargo, durante su
ministerio de tres años y medio aproximadamente, Jesús dio a "saborear"
un poco los efectos benéficos de su reino venidero en el presente. Por ejemplo,
cuando él expulsaba a los demonios, y libertaba a los poseídos de la opresión
diabólica, Jesús decía que su reino "había llegado" (Mateo 12:28). Y
¿por qué esto? Porque eso es precisamente lo que Cristo hará con Satanás y sus
demonios al volver para restaurar el reino de Dios en la
tierra---¡neutralizará a las fuerzas demoníacas espirituales! (Ver Apocalipsis
20:2,3). Los eruditos en Biblia están unánimemente
de acuerdo que el mensaje central de Jesucristo es el Reino de Dios.
Este se halla en todo el Nuevo Testamento, desde Mateo hasta Apocalipsis, sin
contar con el Antiguo Testamento. Jesús se preocupó de explicarles a sus
seguidores las condiciones para participar de él cuando regresara por segunda
vez. A Nicodemo, un fariseo de renombre, Jesús le dijo que tenía que "nacer
de nuevo" para entrar en él (Juan 3:3,5). También dijo que de los "pobres
en espíritu" era su reino (Mateo 5:3). También él explicó que su reino no
era de este "mundo malo" sino del siglo venidero de justicia (Juan
18:36). Reveló que difícilmente un rico podría entrar en él (Lucas
18:24). Exigió que los hombres se hicieran inocentes como los niños para
poder ingresar con él a su reino (Mateo 18:3). Alabó a los que reconocían que
se debía amar a Dios y al prójimo, y a estos les dijo que estaban muy
cerca al reino (Marcos 12:32-34). También afirmó que el reino se inauguraría
con su iglesia cuando regresara nuevamente al mundo en persona y con sus
ángeles (Mateo 25:31,34). Jesús enseñó que debíamos pedir y buscar su reino
diariamente en nuestras oraciones (Mateo 6:10,33). La Pregunta de los Apóstoles Después de resucitar de la tumba, Jesús
continuó predicando o enseñando acerca del reino de Dios a sus discípulos.
Según lo registrado por Lucas en Hechos 1:3, 6,7, Jesús permaneció 40 días más
entre sus allegados discípulos, a los cuales les seguía enseñando sobre el
reino que él establecería en Israel en un futuro. Dice así Hechos 1:3: "A
quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas
indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino
de Dios". Ahora bien, observe que Jesús se centra en su mensaje del
reino, y se asegura que sus discípulos entiendan bien todo lo relacionado al
tema. Como es lógico, cuando un maestro enseña sobre una materia o tema surgen
preguntas de los alumnos. Y así fue. Después del seminario intensivo de Cristo
de 6 semanas, los discípulos le preguntan a Jesús algo importantísimo, pues el
maestro ya estaba a punto de partir al cielo: "Entonces los que se habían
reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este
tiempo?". Nótese que los discípulos aprendieron que el reino de Dios le
sería restaurado a Israel. Jesús NO les había estado enseñando un nuevo
reino que se establecería en el cielo, o "en el corazón de los creyentes" sino
en ISRAEL Esto debe quedar bien claro. Nuevamente: Jesús había estado
enseñando que el reino se restauraría en Israel, y punto. Ahora bien, es interesante que los
discípulos usen a palabra "restaurarás" en la pregunta. Esto quiere
decir que ese reino existió, fue derrocado, y nuevamente será restablecido con
un rey descendiente del rey David. Esto también significa que el reino tiene
las mismas características que tuvo al comienzo, es decir: Tuvo un rey humano,
un territorio (en este caso la tierra prometida, Israel), leyes, súbditos,
conflictos territoriales con sus vecinos, etc. Es claro, entonces, que el reino
de Dios tendrá las mismas características que tuvo al comienzo de su fundación,
pero con la diferencia que estará compuesto por hombres probos y glorificados
con inmortalidad. La Respuesta de Jesús La respuesta no se dejó esperar y fue muy
clara: "Y les dijo: No os toca
vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Señor puso en su sola
potestad" (Hechos 1:7). Es decir, el tiempo de la restauración del
reino de David no lo podían saber sus discípulos, ni tampoco él, como Maestro,
sino sólo Dios el Padre. Permanecería en el misterio. En otra ocasión, cuando los discípulos
vieron que Jesús se acercaba a Jerusalén montado en un asno, exclamaron: "Bendito
el reino de nuestro padre David que viene" (Marcos 11:10). No obstante,
los discípulos se equivocaron en el tiempo más no en la verdad de que el reino
de David se restauraría en Jerusalén. Debido a esto Jesús se ve precisado a
decir la famosa Parábola de la Diez Minas. Dice esta parábola en Lucas
19:11,12 así: "Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una
parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que
el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre
noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver". ¿Por
qué pensaron los discípulos que el reino se manifestaría inmediatamente?
La respuesta está en el versículo 11: "por cuanto estaba cerca de
Jerusalén". ¿Y qué importancia tenía que Jesús estuviese cerca de
Jerusalén? Es simple, pues el reino de Dios estuvo localizado en Jerusalén,
la ciudad capital del reino davídico. Eso lo explicamos antes. Los Cristianos son "Cristos" como Jesús Si bien Jesucristo es "El Cristo" esperado
para tomar el trono de David su padre, él tendrá asistentes en su reino que
tendrán su título nobiliario de "príncipes" del reino de Cristo. El apóstol Pablo
fue claro al decir que "Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y
el que nos ungió (Gr. 'Krio', de donde deriva la palabra Gr. 'Kjristos'=
Cristo), es Dios" (2 Corintios 1:21). Sí, los cristianos han sido
ungidos por el Espíritu Santo de Dios para ser reyes y sacerdotes con Cristo y
coherederos del reino para sentarse en sus respectivos tronos de autoridad.
Dice Apocalipsis 5:10: "Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y
sacerdotes y reinaremos sobre la tierra". Sí, en Jerusalén habrá tronos
para los apóstoles también, pues dice el Salmo 122:5 : "Porque allá (en
Jerusalén) están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David".
Además recordemos que Jesús les dijo
sus doce apóstoles: "...y os sentéis en tronos juzgando (gobernando) a
las doce tribus de Israel" (Lucas
22:30). "Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración,
cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me
habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus
de Israel" (Lucas 19:28). La Promesa de Jesús no fue el Cielo Es claro, entonces, que Jesús nunca
prometió a sus seguidores llevárselos al cielo para que vivan como angelitos
alados y tocando un arpa. La verdad es otra, pues él dijo: "Bienaventurados
los mansos por ellos heredarán la tierra" (Mateo 5:5). Y en Apocalipsis 5:10 se dice claramente que
reinaremos sobre la tierra. El sabio rey Salomón expresó: "El
justo no será removido jamás; pero los impíos no habitarán la tierra"
(Proverbios 10:30). También dice él: "Porque los rectos habitarán la
tierra, y los PERFECTOS
permanecerán en ella" (Proverbios 2:21). Ahora bien, ¿quiénes son
los perfectos? La respuesta viene de los labios de Jesús: "Sed, pues,
vosotros PERFECTOS, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto"
(Mateo 5:48). Aquí vemos que los perfectos son los que siguen a Jesús. De modo
que los cristianos tendrán como herencia la tierra, y permanecerán en ella. No
obstante, esta tierra será renovada, y transformada con la presencia
benefactora de Cristo y su reino milenario. Por eso Pedro dice: "Pero
nosotros esperamos, según sus promesas, nuevos cielos y nueva tierra, en los
cuales mora la justicia" (2 Pedro 3:13,14). |
575 Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un "signo de contradicción" (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquellas a las que el Evangelio de S. Juan denomina con frecuencia "los Judíos" (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc 7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34).
576 A los ojos de muchos en Israel, Jesús parece actuar contra las instituciones esenciales del Pueblo elegido:
– Contra el sometimiento a la Ley en la integridad de sus preceptos escritos, y, para los fariseos, su interpretación por la tradición oral.
– Contra el carácter central del Templo de Jerusalén como lugar santo donde Dios habita de una manera privilegiada.
– Contra la fe en el Dios único, cuya gloria ningún hombre puede compartir.
I Jesús y la Ley
577 Al comienzo del Sermón de la montaña, Jesús hace una advertencia solemne presentando la Ley dada por Dios en el Sinaí con ocasión de la Primera Alianza, a la luz de la gracia de la Nueva Alianza:
"No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o un ápice de la Ley sin que todo se haya cumplido. Por tanto, el que quebrante uno de estos mandamientos menores, y así lo enseñe a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; en cambio el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5, 17-19).578 Jesús, el Mesías de Israel, por lo tanto el más grande en el Reino de los cielos, se debía sujetar a la Ley cumpliéndola en su totalidad hasta en sus menores preceptos, según sus propias palabras. Incluso es el único en poderlo hacer perfectamente (cf. Jn 8, 46). Los judíos, según su propia confesión, jamás han podido cumplir jamás la Ley en su totalidad, sin violar el menor de sus preceptos (cf. Jn 7, 19; Hch 13, 38-41; 15, 10). Por eso, en cada fiesta anual de la Expiación, los hijos de Israel piden perdón a Dios por sus transgresiones de la Ley. En efecto, la Ley constituye un todo y, como recuerda Santiago, "quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos" (St 2, 10; cf. Ga 3, 10; 5, 3).
579 Este principio de integridad en la observancia de la Ley, no sólo en su letra sino también en su espíritu, era apreciado por los fariseos. Al subrayarlo para Israel, muchos judíos del tiempo de Jesús fueron conducidos a un celo religioso extremo (cf. Rm 10, 2), el cual, si no quería convertirse en una casuística "hipócrita" (cf. Mt 15, 3-7; Lc 11, 39-54) no podía más que preparar al pueblo a esta intervención inaudita de Dios que será la ejecución perfecta de la Ley por el único Justo en lugar de todos los pecadores (cf. Is 53, 11; Hb 9, 15).
580 El cumplimiento perfecto de la Ley no podía ser sino obra del divino Legislador que nació sometido a la Ley en la persona del Hijo (cf Ga 4, 4). En Jesús la Ley ya no aparece grabada en tablas de piedra sino "en el fondo del corazón" (Jr 31, 33) del Siervo, quien, por "aportar fielmente el derecho" (Is 42, 3), se ha convertido en "la Alianza del pueblo" (Is 42, 6). Jesús cumplió la Ley hasta tomar sobre sí mismo "la maldición de la Ley" (Ga 3, 13) en la que habían incurrido los que no "practican todos los preceptos de la Ley" (Ga 3, 10) porque, ha intervenido su muerte para remisión de las transgresiones de la Primera Alianza" (Hb 9, 15).
581 Jesús fue considerado por los Judíos y sus jefes espirituales como un "rabbi" (cf. Jn 11, 28; 3, 2; Mt 22, 23-24, 34-36). Con frecuencia argumentó en el marco de la interpretación rabínica de la Ley (cf. Mt 12, 5; 9, 12; Mc 2, 23-27; Lc 6, 6-9; Jn 7, 22-23). Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque no se contentaba con proponer su interpretación entre los suyos, sino que "enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas" (Mt 7, 28-29). La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: "Habéis oído también que se dijo a los antepasados ... pero yo os digo" (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas "tradiciones humanas" (Mc 7, 8) de los fariseos que "anulan la Palabra de Dios" (Mc 7, 13).
582 Yendo más lejos, Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido "pedagógico" (cf. Ga 3, 24) por medio de una interpretación divina: "Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro ... -así declaraba puros todos los alimentos- ... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7, 18-21). Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba (cf. Jn 5, 36; 10, 25. 37-38; 12, 37). Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos (cf. Mt 2,25-27; Jn 7, 22-24), que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio de Dios (cf. Mt 12, 5; Nm 28, 9) o al prójimo (cf. Lc 13, 15-16; 14, 3-4) que realizan sus curaciones.
II Jesús y el Templo
583 Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
III Jesús y la fe de Israel en el Dios único y Salvador
587 Si la Ley y el Templo pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22).
588 Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores (cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37; 14, 1). Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad de salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41).
589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
590 Sólo la identidad divina de la persona de Jesús puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que no está conmigo está contra mí" (Mt 12, 30); lo mismo cuando dice que él es "más que Jonás ... más que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que el Templo" (Mt 12, 6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama al Mesías su Señor (cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30).
591 Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba (Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (Jn 3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34;Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (Mc 3, 5;Rm 11, 25) de la "incredulidad" (Rm 11, 20).
(Del Catecismo de la Iglesia católica).